En México tenemos comida para toda ocasión, y no necesariamente hablamos de fiestas. Para los enfermos y los que necesitan apapacho en el alma, caldo de pollo; para el frío, caldos y sopas calientes que revitalizan y aportan calor; para que el niño crezca sano, sopa de verduras; y para la cruda, sopa de migas, pancita, también llamada mondongo o chilaquiles muy picantes.
Hoy hablaremos de la sopa de migas, también conocida como sopa de pan porque se elabora con el pan blanco duro, generalmente bolillo. Es, sin duda, una creación chilanga, producto de la necesidad e ingenio de las abuelas, para quienes no había desperdicio y aprovechaban los sobrantes del almuerzo, que días después reaparecían en la mesa bajo la forma de un nuevo guiso.
Así, los frijoles de olla se freían con manteca para usarlos en tortas; las verduras se aprovechaban para hacer cremas; los restos de guisados servían como relleno de empanadas; las tortillas duras retornaban a la mesa como chilaquiles.
De la misma manera, las migas son un caldo de pollo al que se añade “lo que sobró”: pan viejo y duro y huesos de cerdo con un poco de carnita para roer. Para darle sabor, se le añaden ramas de epazote, ajo, cebolla y, una vez que hierve, huevo crudo. Se sirve acompañado de queso rallado y venas de chile seco, generalmente cascabel, para que pique y repique.
Para recibir el nuevo año quizá mamá, la abuela o la suegra puedan preparar unas ricas migas, que ayuden a sobrellevar la cruda. Si no es así, los cronistas gastronómicos recomiendan las de La Güera, de la familia Frausto Patiño (Toltecas 12, Col. Morelos), con medio siglo de historia en el barrio de Tepito.